La muerte siempre está presente en la cultura de México. Muchos son los dichos relativos a ella: “¡boda y mortaja del cielo bajan!, ¡mujeres juntas, ni difuntas!, ¡de buenas intenciones están llenos los panteones!, ¡te espantas del difunto y te abrazas a la mortaja! Un sinfín de dichos que se caracterizan por todos los rincones de los pueblos de México.
Muerte, una palabra que se asigna a un evento que acaece a los seres animados. Como palabra necesita de un significado y contexto para convertirse en símbolo, para lograr una referencia de los sentimientos más profundos para el ser humano. Sabemos, significamos y asignamos al símbolo de la muerte un lugar en concordancia con nuestro sistema de conocimientos. Así, la muerte se presenta como suceso de nuestra más profunda reflexión. Se concibe como parte de nuestros cuestionamientos ontológicos ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? es decir ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Existe otra vida después de ésta?, preguntas que devienen con la presencia de la finitud. En este límite, la muerte induce miedo y la evitamos, la escondemos, la exiliamos de nuestra existencia; incita amor y la buscamos, nos provoca asombro y la rozamos, nos reímos con y de ella, la besamos; nos vemos a diario con ella y con ella aprendemos a darle sentido a la existencia, a vivir. Sin vida no hay muerte, y viceversa; no hay que vivir de muerte para aprender a vivir, y morir de vida para aprender a morir (Mendoza, 2005, p. 24).
Para los mayas antiguos la muerte les producía miedo. La consideraban una desgracia debida a los pecados que habían cometido. La casa en que había un muerto era por lo regular abandonada por los parientes de éste, salvo aquellos que fueran numerosos, en cuyo caso, había que temer menos.
Cuando moría un maya se le amortajaba y a fin de precaver sus necesidades en la otra vida, por ejemplo el que tuviera que comer, se le llenaba la boca con Keyem(maíz molido) en forma de masa, o bien se le ponían cuentas de jadeíta, que hacían de moneda y que se reservaba para la gente rica.
Las fuentes históricas refieren de Ah Puch o Yum Cimil, señor o dios de la muerte. Su culto fue muy importante entre los mayas precolombinos al grado de diseñar en su honor numerosos templos y en donde habían sacerdotes dedicados a la adoración de esta deidad.
Los mayas representaban a la muerte en sus códices o en murales con calaveras, huesos cruzados y adornos en diversas posiciones de los difuntos. También efectuaban un ritual que consistía en vestir al muerto, aromatizarlo y depositar sobre el cuerpo sus utensilios tales como vasijas, jícaras, flechas, puntas de lanza, cacao, tabaco, jade y maíz. Cuando era mujer se le colocaban agujas de pescado, peinetas, collares, mantas y metates. A los niños los enterraban con sus juguetes y cuando eran gemelos y moría uno, para que no se llevara al otro se enterraba un muñeco de barro a cambio del que quedaba vivo (Orilla, 1996, p. 13). También se pensaba que los muertos volvían a reencarnar en animales, pájaros, niños, etc, según el comportamiento que habían tenido en vida y que el dios Ah Puch los enviaba nuevamente a la tierra para que después de cierto tiempo conviviera con sus familiares.
En los antiguos tiempos, los mayas acostumbraban a enterrar a sus muertos en la propia casa o en el solar de los familiares y los rezos y los cantos estaban a cargo de los sacerdotes. A los dignatarios o Halach Huinic se les enterraba en criptas edificadas por los artistas del pueblo previa preparación y embalsamiento con cortezas y resinas que preparaba la gente de ciencia.
Para los mayas, la muerte no era entendida como un fenómeno biológico que constituía la aniquilación total inherente a todos los seres vivos, sino como un cambio de estado, como una vivencia distinta que transcurría entre el nacimiento y el deceso. El simple hecho de conservar al muerto y de proporcionarle alguna clase de protección, implicaba la idea de que el cadáver necesitaba ser abrigado, como una persona viva que sintiera. No lo veían como un cuerpo destinado a corromperse y a desaparecer y que en realidad ya no precisara de ninguna protección puesto que nada ni nadie podía causarle molestia o dolor (Ruz, 1989, p.187).
Los mayas de hoy en día poseen un conjunto de conductas adquiridas de comportamientos ante hechos como la muerte; presentan actitudes ante la pérdida de algún familiar y la creencia en la inmortalidad de su alma, la cual ha de retornar cada año al mundo de los vivos. Dichas conductas se rigen por diversos factores, como la tradición cultural maya, la influencia colonial y las innovaciones occidentales contemporáneas.
Dentro de la religión practicada por los mayas actuales, tienen cabida creencias de la tradición maya prehispánica y de la tradición cristiana, mismas que se combinan para dar forma a una serie de rituales sincréticos en relación con el culto a las ánimas de los muertos, culto en el que las ánimas ejercen cierta coacción contra los vivos. El culto comienza con la creencia en la existencia de un mundo donde habitan las ánimas que se separan del cuerpo, el cual puede estar ubicado en los montes altos, en el cielo o debajo de la tierra. Para llegar a él las almas atraviesan una serie de vicisitudes en las cuales es necesario recibir el apoyo de parientes y amigos. El apoyo se manifiesta de varias maneras, primero en la atención del moribundo, luego del cadáver en un segundo momento y finalmente, en la conservación de su memoria (Ochoa, 1987, citado por Rodríguez, 1991, p. 8). De esta creencia deriva el culto a los muertos conocida como Hanal Pixán o Día del Culto a los Muertos, aquella fiesta donde interviene toda la familia, en que las mujeres son las encargadas de elaborar los alimentos y colocar el altar para las ofrendas, los niños y jóvenes acarrean flores, ayudan a limpiar los caminos, a blanquear las albarradas, a lavar los trastes y ropas y adornar los altares. Los hombres mayores traen la leña, calabazas, maíz, frijoles tiernos de la milpa, limpian detrás de las albarradas y excavan el pib para el cocido de las ofrendas.
Para los habitantes de los pueblos mayas, los muertos y la muerte tienen una presencia muy densa en sus vidas cotidianas, una presencia que no se circunscribe a días institucionalmente marcados para recordar, sino que va mucho más allá; están e intervienen asiduamente en el mundo de los vivos.
La muerte no significa el fin de la existencia, sino más bien, un cambio de estado donde lo material se vuelve energía para ubicarse en el mismo espacio pero en otra dimensión, una dimensión a donde sólo se logra estar cuando se experimenta la muerte. Para los mayas, el momento de la concepción del ser no es el inicio de la vida, más bien, es una nueva forma de dar continuidad a la misma, alguien que viene para servir, morir, y posteriormente seguir viviendo.