Cada región, cada pueblo, cada comunidad tiene una artesanía que le es propia, con un sello que lo individualiza y caracteriza. Es por ello que si uno recorre los diferentes pueblos, observa con cuidado las distintas técnicas y se admira de la creatividad de estos artistas populares, podrá sin duda distinguir de dónde es originaria cada una de las piezas que se pueda observar.
El artesano es un artista y su trabajo su máxima obra de arte. Gracias a la experiencia y a las enseñanzas que le han brindado, tanto su familia como su entorno, puede realizar sus trabajos. Pero, más que nada, la habilidad y el sentimiento con que labora es de lo más importante, pues él es portador de la imaginación e inspiración; cada objeto artesanal que produzca tiene su personalidad, su aura y esencia, la cual las hace diferentes y especiales ante el ojo del espectador y ante el mismo creador.
Originaria de la comunidad de Tepakán, del municipio de Calkiní, Campeche, doña Cristina Canche Quiab, moldea con sus manos folklore, arte, color, sentimientos, esfuerzo, trabajo y vida: “Comencé a trabajar a los 17 años, a mí nadie me enseñó, lo aprendí observando a mi suegra que laboraba y trabajaba con el barro. Éramos muy pobres cuando me casé y la necesidad me obligó aprender. El barro que utilizo lo voy a sacar ahí al monte aquí cerca de los linderos del pueblo, por la maquiladora, allá hay sascab; rento una camioneta y me traigo unos veinte o treinta costales”[1].
“Cuando empiezo a trabajar no utilizo molde, solo mis manos, con ellas les doy forma a los jarrones, tinajas, cantaros, maceteros, incensarios, pitos y todo tipo de figuritas que venga a mi imaginación. Para iniciar, en un cubo mezclo el barro con el agua y queda espeso, de ahí ya tengo mi materia prima para iniciar mi labor. Hace 30 años trabajaba el plato donde moldeas el barro con mis pies, ahora ya no lo practico de esa manera ya me siento cansada y mis pies están ya marcados por el trabajo. Ahora me siento, y junto a mi pongo mi plato y lo hago girar mientras moldeo y formo mis tinajas; sus adornos los hago con las yemas de mis dedos, todo es cuestión de habilidad, creación y práctica. Al terminar las piezas las pongo al sol 15 días y después de ese tiempo está lista para ingresarla al horno. Todos los días me despierto a las cinco de la mañana y me pongo trabajar el barro cuando tengo algunos pedidos, después hago mi lavado, compro las tortillas y a las cinco de la tarde vuelvo a mi trabajo artesanal”[2].
“Hace diez años fui a México a la Cámara de Diputados a demostrar mi trabajo, también e ido a Villahermosa, a Texcoco y a Chapingo, ahora solo voy a Campeche a vender cerca de la plaza principal. Los precios de mis creaciones varían: los floreros a $75 y a $150 pesos la parejita, las tinajas a $250 pesos y lo jarrones grandes a $300 pesos”[3]
“Me siento orgullosa de todo lo que puedo hacer con el barro, ninguno de mis hijos lo realiza ya que todos ellos tuvieron profesión, pero mientras yo siga con vida continuaré con este arte que mi tierra Tepakán me ha dado de herencia”[4].