Las fiestas en México son el reflejo de la rica herencia cultural prehispánica y el fervor religioso impuesto por el colonialismo español. En ellas se palpan los sentimientos más profundos del pueblo mexicano y el valor social que cada región le otorga. Las fiestas son un sostén de la estructura social y han contribuido a evitar la pérdida de identidad, de los valores tradicionales y la desintegración comunitaria.
La fiesta de San Román da inicio con la bajada de su Cristo Negro cada 17 de agosto y finaliza el 30 de septiembre de cada año. En ese lapso los campechanos participan en eventos culturales y deportivos, serenatas, concursos de juegos florales, exposición agrícola, ganadera, artesanal e industrial, juegos mecánicos y pirotécnicos y procesiones, pero tampoco olvidan de participar de su fervor religioso con la adoración de su Cristo Negro, que llegó a tierras campechanas aquel 14 de septiembre de 1565, para no irse nunca más.
En el transcurso de la feria, aparecen grupos de señoras y señores que instalan en la entrada del santuario varios puestos de velas, veladoras, gajos de ruda, albaca, milagritos y escapularios. Postrándose desde varias décadas en el lugar, los venteros buscan cobijo ante los rayos del sol a través de sus pequeños puestos y estibando sus mercancías en sus mesas cubiertas de manteles, llaman la atención de los feligreses a la voz de: “hay veladoras, ruda, albaca, milagritos marchante… ¿qué va a llevar?
Bajo la sombra que cobija su rostro del sol ardiente de la tarde, con la mirada fija en cada persona que cruza por su puesto de veladoras, y con el pregonar de sus milagritos, ruda y albaca, don Rómulo continua con aquella tradición de vendedor que le inculcaron sus padres: “Yo inicie con esta tradición por mis papas, don Augusto Martín y doña Francisca Arroyo, que vendían esto de los milagritos, veladoras, ruda, flores y albaca.Desde muy chamaco a los 15 años ya andaba vendiendo con ellos en las ferias y recuerdo mucho la feria de Chuiná en las que a vender y se llegaba en carreta”[1].
“Los milagritos son figuras de personas, partes del cuerpo humano y de objetos, hay para adultos, hombres, mujeres, niños y embarazadas. Tenemos milagritos para los que adolecen del pie y de la mano, igual tenemos figuras de carritos para aquellas personas que desean que las cuiden en sus caminos cuando viajan o desean conseguir un vehículo nuevo. Además vendo medallas que son para que los creyentes pidan que les vaya bien en sus negocios y también sirven para aquellas personas que andan en busca de un trabajo. Según la petición es la figura del milagrito que se escoge y sobre todo es la fe de la persona que deposita en él para pedirle al Cristo. Tenemos figuras de piernas derechas e izquierdas para a los que les duelen las articulaciones, la figura de una mujer embarazada para aquellas que se encomiendan que sus hijos nazcan con bien y sin enfermedades. Para los que padecen dolencias del corazón tenemos su imagen milagrito de un corazón igual. Tenemos para riñón y pulmones, de bebés, y todo lo que le pueda afligir a un ser humano aquí lo tenemos en milagritos”[2].
“El color de la cinta de estambre que llevan es solo un distintivo que nosotros les ponemos, esto con la finalidad de que cuando un cliente llegue y nos pida algún milagrito de corazón, piernas u otro cualquiera, ya sabemos de dónde tomarlo. Por ejemplo: la pierna izquierda es de color rojo y la derecha de color verde. Cuando una persona compra su milagrito se lo dejan al pie de la imagen del Cristo Negro o de algún otro Santo, a esto se le llama un cambio de salud, porque al dejarlo ahí se pide por la fortaleza de la persona presente. En ocasiones hasta se pueden dejar los milagritos de algunos conocidos que te hayan encargado ese favor de traerlo y que no pudieron venir a ver al Cristo por alguna razón”[3]
“También les vendo a los feligreses la ruda, el clavel y la albaca que pasan por el cuerpo de la imagen sagrada, y que se llevan a sus casas donde las ponen en agua o en un frasco de alcohol con la finalidad de darse una sobada con esas hierbas cuando se tiene alguna dolencia en el cuerpo”[4].
“Hace 46 años que me dedico a esta actividad. Hoy en día junto con mi esposa trabajo en varias ferias como la de Candelaria, la de Hol, la de Chuiná, la del Cristo Negro de San Román en Campeche, y en Yucatán las ferias de Chumayel y Tizimin. En todos estos lugares andamos con nuestras veladoras, flores y milagritos que me surte un proveedor de Michoacán ya que por estos rumbos nadie los hace. El material que se utiliza es metal delgado”[5].
“En todos los años que he andado vendiendo recuerdo una anécdota que me contó una señora lo de un milagro que le paso cuando compró su escapulario, que a su chofer un día lo asaltaron y hasta balazos hubieron y que tenía miedo de que muriera, ya que le habían dado un rozón de bala en la oreja y estaba herido, pero que ella le paso su escapulario de la virgen de la Candelaria de Hol por la herida y que cuando volvió en si al hombre no le paso nada. Todo depende de la fe, por eso hay que creer”[6].
“Cuando venimos a vender a la feria del Cristo Negro nos hospedamos en una casa que rentamos en frente del parque, la famosa casa “Canaval”, y compartimos el lugar con otros compañeros venteros. Alquilamos alguna camioneta de flete para traer nuestras ventas ya que así nos cuesta más barato. A las siete de la mañana me pongo a armar mi puesto y terminamos de vender hasta que cierran la iglesia cerca de las 10 de la noche. En cuanto a la ruda y la albaca una parte la traemos y si nos hace falta la compramos aquí en Campeche.Tres días antes de la bajada del Cristo llegamos para las ventas y nos regresamos a nuestro pueblo el día 28 de septiembre”[7].
“Tengo cinco hijos, eran siete pero unos gemelos se me murieron. Soy de Halachó, Yucatán, con 40 años de casado y en todas las ferias que ando dejó mi milagrito, veladora, ruda y albaca a cada santo o virgen que visito, para pedir por la salud de todos mis hijos y nietos, y cuando no ando en las ferias, en mi pueblo vendo leña con mi triciclo y también hago mi milpa para cosechar maíz”[8]
“Tengo una hija que es maestra, otro vive en Cancún, el otro en Umán, una en Maxcanú y el más chico que es soltero de 28 años que trabaja en la maquiladora. A nadie de ellos le interesa continuar con este negocio ya que tuvieron estudios. Ni a mis sobrinos les gusta tampoco. El día que yo muera esta tradición de la venta de milagritos ya no va a continuar en mi familia, pero yo seguiré vendiendo hasta que Dios me lo permita”[9].
“A mis 61 años no me arrepiento de nada de la vida, estoy en paz con Dios y conmigo mismo. Pude encontrar mi propio camino tal cual me lo enseñaron mis padres a través de la noble venta de los milagritos, la ruda y albaca, una tradición de mucha fe para mi”[10]