El portentoso Yaxché: árbol sagrado maya que une al mundo

"Y los dioses sembraron cuatro ceibas: La ceiba blanca (norte), la ceiba amarilla (sur), la ceiba roja (este) y la ceiba negra (oeste). Por último y no menos importante, sembraron una quinta ceiba en el centro, la “gran madre ceiba” o el “primer árbol del alimento”". Popol Vuh

En la espesura de los caminos rurales de la región sureste de México se puede apreciar un árbol de magnífico porte, de enormes raíces y grueso tronco que puede elevarse al cielo 60 o 70 metros de altura. En invierno pierde sus hojas y con esto era posible para los antiguos mayas predecir el volumen de las cosechas de acuerdo a las hojas que desarrollan en primavera. Hablamos de la Ceiba.

Símbolo nacional en Guatemala donde se considera sacrilegio talar una ceiba. Este portento natural crece hasta Brasil y también en el Oeste de África. La melena de sus semillas es una fibra algodonosa que es utilizada como aislante térmico y que sirve además para hacer viajar esta pequeña pipa grandes distancias, ya que la Ceiba se considera americana pero también mora en suelos africanos, cruzando el océano.

Las semillas pueden también ser cocidas o tostadas y a la corteza de esté árbol se le adjudican cualidades medicinales; cociendo su corteza se tratan heridas, dolores reumáticos, su resina es de ayuda “para asentar el estómago”, sus hojas sirven para la cicatrización de heridas al contener alcanfor, etc.

Para la civilización maya, propia y cercana, insondable y enigmática, la Ceiba o Yaxché así llamado en su lengua, que significa “Árbol Verde”, revestía un profundo significado en su cosmogonía e identidad colectiva, significado que nos admira en la actualidad por su alto contenido espiritual que buscaba la armonía entre la naturaleza y el hombre.

En los altares de Día de Muertos que tradicionalmente se ponen en cada casa para principios de Noviembre, se coloca una singular cruz verde la cual representa el centro de vida y comunicación entre el supra e infra mundo, el maravilloso y prodigioso Yaxché de los mayas.

¿Pero por qué un árbol sagrado que literalmente significa “Arbol Verde” tiene analogía con un símbolo religioso de la cristiandad como la Cruz?

De todos los aspectos de la cosmología americana, tal vez ninguno es tan esencial como la división cuatripartita del universo. Esta concepción se refleja tanto en el diseño de los pueblos, el cálculo del tiempo, las liturgias y en algunos jeroglíficos. Esta idea se representó gráficamente en la cruz que es un símbolo geométrico de todo orden terrestre y celeste.

Esta visión geométrica en forma de cruz hizo que el universo maya estuviera dividido en cuatro partes, cuatro rumbos del mundo. Por ello los españoles al llegar a estas tierras se extrañaron del conocimiento y uso de la cruz dentro del ideario maya. A pesar de que la religión y dioses nativos fueron proscritos y demonizados por la evangelización, la cruz con el cristianismo se reforzó y mezcló la cosmogonía antigua con el concepto de resurrección de esta nueva creencia.

La cruz es la representación del número cuatro y significa también la figura del “Eje del Mundo”, punto arquimédico del universo, de ahí que la Cruz es la representación esquemática de un árbol primigenio como lo es el Yaxché.

Es por ello que los árboles forman parte de la estructura cósmica y cosmogónica de los mayas, sus relatos ancestrales acerca de los orígenes del universo son míticos, sensuales y atrayentes a la imaginación y en este panorama legendario los árboles tienen un gran significado al ser la existencia primigenia que aparece en la faz de la tierra.

En la tradición maya que se encuentra mencionada en libros como el Ritual de los Bacabes, el Popol Vuh o los Códices de Dresde o de Madrid, la figura del Yaxché es sobresaliente.

A través del arte que se observa tanto en las descripciones lingüísticas de sus textos así como de la destreza pictográfica en estelas o pirámides, es posible ver a través de un mundo fantástico un modus vivendi que trasciende necesidades estéticas para explicarnos asuntos religiosos o políticos, su respeto por la naturaleza y su percepción en un todo integrativo del cielo, la tierra y el inframundo, una unidad entre los hombres y los dioses tanto celestes o aquellos que se guarecían en lo profundo. Por lo que el papel del hombre es promover un equilibrio para la existencia de los dioses así como de ellos mismos.

La estructura y los elementos que conforman el universo maya aluden siempre al portentoso Yaxché. Así como el cuatro es símbolo de orden universal también el cosmos está organizado en tres grandes planos cuadrados superpuestos.

El cielo o supramundo o el mundo superior de las alturas; el mundo intermedio que habitan los seres humanos en la superficie terrestre y finalmente, el mundo inferior resguardado en lo recóndito. Estas dimensiones eran unidas y atravesadas por el árbol sagrado, la Ceiba o Yaxché, ubicado en el centro del mundo, sus ramas se extienden a los cuatro puntos cardinales y sus raíces estaban ancladas en lo hondo del inframundo.

Los árboles de Yaxché simbolizaban el sostén de los cielos y portaban o cargaban dioses como los chaques y los bacabes que eran ancestros de los hombres y vías de acceso a los mundos inferiores, también representaban las cuatro direcciones que definían el cotidiano camino solar; así mismo eran instrumentos de sacrificio para alimentar y agradar a los dioses y de ellos se obtenía el papel de los libros sagrados.

Aún hoy en algunos sitios de Chiapas se puede observar centros sagrados donde se encontraba el Yaxché y los otros cuatro árboles, colocados respectivamente en las cuatro esquinas que representaban a los bacabes como dueños de las direcciones cardinales del mundo.

El Yaxché es símbolo de vida en la ideología maya, en su honor celebran ceremonias y festividades bajo sus ramas. Hoy la ceiba pervive en su magnífica presencia que nos habla de la gloria y riqueza natural de nuestras tierras, y de la civilización que a través de sus ramas, de su espeso follaje y gran envergadura, construyó una cosmogonía que hasta el día de hoy representa un orgullo para nuestro pueblo mexicano y un reto de continuidad para las futuras generaciones.

Continuidad que pasa desapercibida con la cruz verde que se observa dentro de la religiosidad cultural de nuestras comunidades rurales, con la mesa de ofrendas en el día de muertos pero que se mantiene vigorosa hasta nuestros días.