De acuerdo a María Ana Portal (1999:20) la religiosidad popular engloba una serie de prácticas sociales que enlazan elementos católicos con elementos ancestrales de Mesoamérica, en particular con una expresión social vinculada a un sistema de cargos que articulan la vida social y la identidad comunitaria. Dichas prácticas norman sobre la participación social, de manera tal que se convierten en formas de cohesión, pertenencia y anclaje territorial.
De tal manera se puede considerar que las fiestas religiosas y en forma destacada, la del santo patrono, son un elemento central de la organización social, un factor de vitalidad local, una forma de reproducción del sentido comunitario y un componente clave en la identidad cultural y el arraigo territorial. La fiesta se convierte en un mecanismo de resistencia cultural por parte de los llamados pueblos originarios; un instrumento, por medio del cual le dan continuidad a sus tradiciones, sus valores, sus formas de organización social, de vinculación con la naturaleza y su memoria histórica (Landázuri y López, 2012:246).
En la Nueva España, las primeras elecciones de santos patronos se inscribieron en la continuidad de prácticas europeas hoy muy bien descritas. Éstas participaban de procederes diversos, pero que siempre correspondían ante una grave situación de crisis caracterizada por el aumento de las angustias colectivas, a la búsqueda de un recurso celeste o la obtención de una explicación sobrenatural.
Para el populoso barrio de San Román, en la ciudad de Campeche, y siguiendo un tradición de muchos años, son tres las festividades que se conmemoran en su más particulares estilos a sus patronos: San Romanito, San Román Mártir y el Cristo Negro.
La primera festividad que realizan los habitantes del conocido barrio es en el mes de mayo, festividad en honor a San Romanito. Según Gaspar Cahuich y Mayra Aguayo (1998:70) la aparición del culto a este santo no ha sido precisada por ningún historiador y fue creada como patrono de la agricultura para solicitar a Dios las lluvias y que se ejecutará la siembra, ya que como la fiesta de San Román Mártir era en agosto obviamente para esas fechas ya los cultivos estaban demasiados crecidos, por ello seguramente los campechanos crearon a San Romanito para que bendijera las tierras previo al inicio del cultivo. Es entonces por la necesidad de un culto previo a la siembra, por la que surge San Romanito.
Según la creencia de los feligreses hoy en día, San Romanito no es más que la misma imagen que la de San Román Mártir, es decir, un santo con una doble misión de protector e intercesor. Durante su celebración se realiza el novenario donde es la gente de la ciudad y del barrio quienes asisten, algo así como una fiesta pequeña.
Su segunda festividad de los san romaneros es en el mes de agosto. El barrio de San Román es el único que tomó su nombre a causa de una plaga de langostas, que desoló los plantíos agrícolas del pueblo de Campeche y en especial de los habitantes naboríos que se asentaron en lo que hoy es el barrio de San Román. La tradición refiere que a los pocos años de fundada en 1540 la villa de Campeche, en el mes de agosto, se abatió sobre la entonces villa de españoles una plaga de langostas, calamidad que fue prolongada y de tal magnitud, que la población, afligida por la perdida de sus cosechas, convinieron en la necesidad de adoptar una imagen que asumiese la función de patrono protector de las siembras: “Echaron suertes para celebrar fiestas al santo cuyo nombre saliese. Fue San Román Mártir, a cuyo honor edificaron fuera de la villa una pequeña iglesia, su titular el glorioso santo, donde todos los años va procesión desde la parroquial el día de su festividad, y se canta misa con sermón de sus alabanzas” (López de Cogolludo, Historia de Yucatán, citado en González, 1994:18). Fue tanta la fe depositada en el santo para solucionar aquellas dolencias y necesidades que se empezó a rendir gran culto al mencionado protector por los campesinos, pues fueron ellos quienes eligieron a San Román Mártir como su patrono y protector de sus siembras. Para halagar a este santo, la comunidad del barrio lo festeja cada mes de agosto, siendo para este año los días 9, 10 y 11 en los cuales se llevaron a cabo rosarios, misas y primeras comuniones, esto como parte de su festividad y celebración.
Finamente, la más grande fiesta de todas, la del Cristo Negro, que a pesar de sus 450 años de antigüedad sigue imponente y majestuoso luchando con el pasar de los años y los recuerdos de aquellos hombres de mar que lo adoraron, que huyeron de las epidemias inquietantes y el pasar de las incursiones piráticas. Una imagen que levanta al caído y consuela al triste, porque el Señor de San Román no ha defraudado nunca las esperanzas de sus fieles.
Desde los primeros tiempos se notó la falta que hacía a la nueva Ermita de San Román de un crucifijo, por lo que aprovecharon los jefes del barrio el viaje a la Nueva España del comerciante Don Juan Cano de Coca Gaytán, encargándole que les trajese una buena imagen de Cristo crucificado. En el puerto de Veracruz encontró el comerciante feliz y prontamente lo que le habían encargo; era una hermosa imagen de Cristo que acababa de llegar de Italia y que fue tallada en Civitavecchia, puerto de mar Tirreno situado a 60 kilómetros de Roma. Refiere la tradición, que listo y empacado el Señor de San Román para ser llevado de Veracruz a Campeche, se pidió al capitán de una nave cabida para la imagen, negándose a conducirla pretextando que ya se habían cerrado las escotillas y que el tamaño de la caja puesta en cubierta entorpecería la maniobra. Luego se pidió igual merced al capitán de la que trajo al Cristo y no solo accedió gustoso, sino declaró que si para ello era necesario deshacerse de alguna carga sin vacilación lo haría. Ambas embarcaciones salieron de Veracruz el mismo día; a ambas sorprendió la tempestad; pero que mientras la que trajo al Cristo llegó a Campeche en 24 horas, no se volvió a tener noticias de la otra ni la de los hombres que la tripulaban. Y agrega la tradición, que las personas que están libres de pecado, tienen la fortuna de escuchar en la noche que corre del 13 al 14 de septiembre las voces de la tripulación que pide socorro contra los furiosos elementos y de ver las luces del barco náufrago que aparecen en el horizonte (Rivas, s/f: 4).
Las festividades al Cristo Negro dan inicio el 14 de septiembre caracterizada por su virtud excepcionalmente atractiva. El primer acto público del entusiasmo popular es la alborada, paseos nocturnos del estandarte del gremio a que corresponde sufragar, sin olvidar las misas y rosarios que se ejecutan a diario. La atracción de la feria, dividida entre las calles del barrio y el área del foro Ah Kin Pech, con sus juegos mecánicos, la lotería, puestos de comida y ropa, y un sinfín de gentes campechanas y de otros estados, todos con la firme convicción de ir a visitar al Señor de San Román y ser parte de una de las tradiciones locales más añejas.
Lo cierto es que con las tres festividades sanromaneras a ocurrido un fenómeno de recíproca substitución, emanado del pueblo, y que a operado de San Román Mártir al Cristo Negro y de éste al primero. Desde el punto de vista iconográfico, San Román no es el Cristo Negro ni el Cristo Negro es San Román. Sin embargo, la mente colectiva a identificado ambas imágenes hasta el grado de creer que San Román es el Jesús Moreno; de manera que sin saberlo del todo, el vulgo atribuye a San Román las características del Cristo Negro y a éste el nombre de Mártir. Es el Cristo Negro que a salido ganando con la competencia, pues no solamente a absorbido la personalidad de San Román Mártir, convirtiéndose en el patrono de su barrio, sino que a llegado hacer el de la ciudad de Campeche, relegando a segundo término a la Inmaculada Concepción de María, patrona del puerto que se venera en la catedral (González, 1994:20).
Festividades de un barrio con devoción y un Cristo que da fe y esperanza a todo aquel que lo visita en su altar.
Mirar su rostro es mirar su historia… es contemplar el alma de un barrio llamado San Román.