Antes de romper el alba entre penumbras nos preparamos para explorar la aventura que el aviturismo nos ofrece y recibir el día en un sitio mágico, Acanmul distante 25 kilómetros al noreste de la ciudad de San Francisco de Campeche. Nos dirigimos en auto hacia Hampolol y de ahí a Bethania, pasando por un camino angosto, avistamos con las tenues luces del amanecer, los vestigios de una antigua hacienda cuyas paredes se precian fantasmagóricas y, a la vez, prisioneras de la naturaleza indómita que reclama su antiguo dominio.
La belleza contrastante es magnífica entre vetustos muros que se desvencijan con la acción de los arbustos. Los árboles han crecido entre paredes, sus raíces extendidas en el cuarto de máquinas, la capilla destechada y la casa señorial. Es aquí que el murmullo de la noche se rasga para dar paso al silbido de los grillos, y el velo de la obscuridad se encoge recibiendo los cantos de las aves.
Avanzamos un poco más, tres kilómetros aproximadamente y dejamos el auto en una vereda. Iniciamos el trayecto a pie como unos extraños que visitan un santuario, un espacio sagrado más allá de los entresijos citadinos, es como si miles de ojos nos miraran al traspasar este umbral, los ojos de las criaturas que venimos a observar.
Al internarnos, la vegetación se hace más densa y los cantos más prolijos. Aquí y allá eufonía de sonidos que, para personas como yo que no logran distinguir las aves que los producen, resulta hipnótico y a la vez abrumador. De repente Marco Celis Saavedra*nuestro guía nos dice:
- ¡Hey! Escucho el canto de una “viejita”.
Todos saltamos emocionados.
- ¿Una viejita?
- Sí, un tecolote bajeño.
Preparamos los binoculares, mientras Marco chifla imitando la melodía de esta ave, nos explica que estas avecillas están en período de cortejo y al chiflar así reproduce el canto del macho para que se acerque la hembra, que canta buscando su pareja. Y dicho y hecho.
- Ahí está, mira cómo se acerca.
De rama en rama se aproxima una pequeña sombra que se mimetiza con el color de los troncos, un diminuto búho, del tamaño de una paloma y en el pico llevaba su comida: una lagartija. ¡No puedo creer qué tan pequeño es! Y sin embargo este tecolotito ha hecho germinar la más desbordante imaginación como “aguerador” de eventos desastrosos. Con los binoculares admiro sus enormes ojos, su plumaje cobrizo con luces claras en el pecho al responder a nuestro monitor de aves para tenerlo justo encima de nosotros.
Seguimos caminando, la selva se hace más compacta, magníficos árboles de chechén, de pich, de guarumo, de palo de tinte y de ceibas se aprecian. El despertar del día trae consigo el rocío que hace germinar las hojas y purifica nuestros pulmones, las cadencias se hacen más y más fuertes.
En este momento admiro el fino oído de nuestro monitor de aves, Marco, quien sin ver sólo con escuchar, nos dice de las avecillas que reciben melodiosamente al astro rey: trepatroncos bigotudo, halcón guaco, chachalaca vetula, mirlo café, chara yucateca, bolsero de Altamira, loro frente blanca, perico pechisucio, paloma alas blancas, paloma morada, chara pea, zentzontle, tirano tropical, luis bienteveo. ¡cascadas de nombres que ilustran esta sonoridad excelsa!
Aves que en algunos casos pesan unos cuantos gramos pero con su garganta inundan con fortaleza todo el espacio a nuestro alrededor. El toc, toc, toc de un tronco hueco siendo golpeado por un trepatroncos bigotudo (Xiphorhynchus Flavigaster), una especie de pájaro carpintero y más allá un pájaro con un amarillo brillante y antifaz negro, el luis bienteveo (pitangus sulphuratus).
Las ruinas de Acanmul.
De repente ante nuestra vista emergen estructuras de otros tiempos, aún sujetas de investigación y por ello no promocionadas al público. Entre estas edificaciones se aprecian arbustos y pequeños árboles, la selva invade las escalinatas sagradas de los mayas.
Acanmul es un sitio pequeño que es relativamente fácil de recorrer. Se cree que su esplendor se dio entre los siglos VII y IX de nuestra era. Posee un complejo principal con cuartos del estilo Puuc.
Este pequeño asentamiento se compone de una serie de plazas intercomunicadas. Hay estructuras menores que aún quedan en pie, entre las cuales se hallan cúmulos de rocas amontonadas que aún esperan una plena restauración. De ahí que, el sitio no sea muy conocido entre el turismo en general pero sí por entre los locales.
En lo que se podía apreciar la edificación más grande, iniciamos el ascenso por escaleras tan altas y empinadas, que se antojaban casi verticales, con muy poco espacio para poner el pie, increíble que los mayas hayan hecho unas escalinatas con estas características, porque no es fácil subir, así zigzagueamos el camino para mayor seguridad.
Cuando alcanzamos la cima, recuperando el aliento para apreciar desde lo alto la selva, vimos muy tarde la señal de Carolina Celis quien como Marco, su padre, es experta en aves. Unas magníficas alas como de un metro de envergadura, se habían plegado desde la parte más alta de la edificación y pasaron raudas y veloces delante de nuestros ojos a poquísimos metros, de un pestañazo aprecié franjas oscuras verticales sobre un vientre crema pálido y un lomo negro, acompañado de un ruido estridente que se escuchó a varios kilómetros a la redonda, la advertencia de las charas yucatecas (Cyanocorax Yucatanicus).
¡Un ataque aéreo! El halcón selvático de collar (Micrastur Semitorquatus) estaba siendo alejado de la zona de anidación de las charas, de ahí el estrépito de estas aves obscuras de alas azules, uniéndose como una sola contra el depredador en el aire, hostigándolo para alejarlo de sus nidos, preservando la vida de sus polluelos.
Iniciamos el descenso caminando entre la selva, nuevamente a pie y ya en el auto, Marco Celis nos explicaba más sobre el aviturismo y cómo inició en esta actividad recreativa que busca la preservación de la naturaleza a través de la convivencia con la misma. Este quehacer lo describe como una actividad noble, de campo, barata y que es alternativa de turismo sustentable y ecológico, al impactar los hábitats generando conciencia y deseo de preservación. Los niños cambian las resorteras por binoculares y se convierten en guardianes ecológicos de la comunidad.
Por puro gusto inició de manera voluntaria en talleres de aviturismo y observación de aves con especialistas e investigadores del Estado de Campeche como el ornitólogo Jesús Vargas Soriano. Fundó junto con el biólogo David Zapata el proyecto Trogons Birding Club. En 2015 inició con la propuesta de generar escuelas o semilleros en comunidades o municipios que fomentaran esta actividad y fue así como surgen grupos de niños en Tinún y Chemblás. De ahí que fundara “Alas de Campeche”la cual es para niños y jóvenes principalmente pero también incluye a toda la población.
Recientemente instituyó un nuevo grupo “Tecolotes bajeños de Campeche”,donde se ha trabajado fuertemente aportando datos a plataformas de aves para científicos, estudiosos y curiosos en la materia de todo el país y el mundo. En el Estado de Campeche son 489 especies de aves que representan el 50 por ciento del total en el país con cifra de 1089 alados contabilizados.
En Hampolol desayunamos y luego nos dirigimos al puente colonial bajo el cual el Río Verde pasa dejando una estela de vida a su paso. En sus riberas pudimos observar los magníficos árboles y veloz un Martín pescador gigante. ¡Su pico es tan grande como su cuerpo! Pero pasó tan rápido que ni los binoculares pude enfocar. Las aves son como céfiros, libres como el viento y se tiene qué tener una paciencia a toda prueba y un respeto para lograrlas capturar en fotografía.
De esta manera pródiga hemos terminado esta mañana, cerca del cenit del sol nos damos cuenta del tiempo transcurrido. Mirar cara a cara a la naturaleza nos transporta hacia el origen donde el reloj pareciera caminar más despacio. Nuestra alma se ha nutrido de esta belleza generosa que nos enseña que al final recobra el espacio donde han caminado los hombres, quienes somos sólo una ínfima y efímera parte de este universo.
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- Miembro perteneciente a la red peninsular de monitores comunitarios de aves con sede en Cancún, Quintana Roo.