HELENA BARBA MEINECKE: DEVELADORA DE LAS PROFUNDIDADES

“…y recomienzan los naufragios, la lenta natación hacia las playas, el sueño boca abajo entre medusas muertas y cristales de sal donde arde el mundo.” Julio Cortázar

Yemayá dominó los mares del Caribe, señorío compartido por hombres intrépidos y valientes, que sorteaban los caminos rizados y acuosos, unas veces calmos y acariciantes y otras veces tormentosos y traicioneros.

En actividades de comercio ultramarino hombres se jugaban la vida en un mar de aventuras y sorpresas,  como los ibéricos que viajaban por el intercambio mercantil entre España y América, o como lobos del océano, piratas, corsarios y filibusteros.

El mar amigo en momentos se volvía mortal enemigo. Vientos huracanados y olas colosales, engulleron hombres y barcos, arrastrándolos a una profunda e inalcanzable obscuridad. El mar se convirtió para muchos, en la última morada al cubrir de cieno por siempre sus rostros y sus naves.

El agua puede ser también una cripta inviolable. Hoy gracias a los adelantos tecnológicos y a la arqueología submarina este mausoleo líquido puede ser ocasionalmente abierto, arrojando luz a siglos de penumbras para comprender mejor nuestro pasado.

Y lo que fue dominio varonil, el mar enigmático es ahora campo de trabajo de una mujer: Helena Barba Meinecke. Responsable Arqueología Subacuática Península de Yucatán, INAH. Nacida en el Distrito Federal es campechana por adopción. Su vida ligada al mar se enlazó a nuestro terruño gracias a un insigne campechano Román Piña Chan de quienes es sobrina suya.

Estudió la licenciatura en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en la Ciudad de México y poco a poco adquirió experiencia con investigadores internacionales que la ayudaron en el camino sinuoso hacia las inexorables aguas abiertas o continentales, pero para ello tuvo proyectos previos en arqueología terrestre.

Helena Barba Meinecke trabajó por unos años como arqueóloga terrestre en distintos puntos del país y una vez instalada en Campeche hizo trabajo de mantenimientos en la zona arqueológica de Edzná y en el área Chenes junto con el arqueólogo Antonio Benavides.

Poco a poco su gusto fue enfocándose hacia el medio de la arqueología subacuática, gracias a la oportunidad de participar en el proyecto de la arqueóloga Pilar Luna, cuando en 2003 se inicia el área de arqueología subacuática desde el estado de Campeche y en el 2008 el plan se amplía para hacer actividades en toda la Península de Yucatán, tanto en aguas abiertas, es decir en el mar como en aguas interiores: lagunas y ríos, así como en las aguas continentales: cenotes o cuevas inundadas.

Sumergirse en las aguas es entrar a otro mundo. El camino hacia las profundidades siempre pone interrogantes que hacen la aventura fascinante pero no por ello menos peligrosa. Los retos son muchos y el ser humano cuenta con poco tiempo para ver el interior de un mundo que solo conoce en la superficie.

A diferencia de la arqueología en tierra donde se puede llevar días o incluso semanas localizar y delimitar un sitio en la selva, en la arqueología subacuática tal localización a la que se le llama “prospección subacuática” es difícil de llevar a cabo por el traslado a lugares remotos y los continuos movimientos de una embarcación, lo que implica una buen concentración y maniobra. Esto hace que el tiempo de buceo sea limitado. Si para el arqueólogo de tierra el tiempo de permanencia en un sitio le toma una semana al arqueólogo subacuático solo sería un día o dos.

Para ser arqueólogo subacuático se debe tener una condición física excelente para no agotarse rápidamente. Hacer cursos de buceo, una capacitación aprobada en escuelas que imparten las exploraciones acuáticas con el reglamento necesario para sobrevivir.

El nitrógeno en la sangre es un peligro como también el limo de las profundidades del mar o de una caverna inundada, si se revuelve y con ello se pierde visibilidad. El agua es más densa que el aire y mientras se desciende bajo el agua la presión aumenta para los espacios de aire de nuestro organismo como la boca, los oídos, senos nasales y los pulmones.

No es solo la cuestión de profundidad sino que son lugares de difícil acceso y si se trata de cenotes se necesitará una certificación en buceo todavía más alta para ser aprobado en la exploración arqueológica.

A pesar de los peligros arrostrados se han delimitado y contabilizado 351 sitios sumergidos a los que se suman los de cuevas y cenotes que  arrojan un total de 385 sitios con patrimonio cultural sumergido con una periodicidad bastante amplia, desde el pleistoceno hasta la primera mitad del siglo XX. Se espera que las nuevas investigaciones incrementen los hallazgos con los trabajos que actualmente se realizan en el arrecife Los Alacranes, lugar donde encallaron innumerables barcos.

Las piezas aisladas que se han identificado en las costas de Campeche, Yucatán y Quintana Roo, también son objeto de estudio a través del Catálogo de Bienes Culturales Muebles procedentes y/o relacionados con los medios acuáticos, y cuenta con un registro de 157 cañones, 145 balas, 35 anclas, así como elementos diversos de metal, cerámica, vidrio, hueso, lítica, madera y misceláneos.

Lo difícil es detener la inconsciencia de personas del mar que muchas veces se dan cuenta de un descubrimiento y no avisan a las autoridades correspondientes para resguardarlo. Algunas comunidades de pescadores ocasionalmente caen en lo que se denomina “saqueo hormiga” que mucho daña en materia de rescate patrimonial. Las campañas de sensibilización han sido necesarias para que se tome conciencia que tal hecho es un delito sancionado con prisión.

Se ha pensado también hacer trabajo conjunto con Petróleos Mexicanos para que el INAH sea incluido en las exploraciones que en materia de petróleo se lleven a cabo en el mar para ahorrar gastos y así ampliar las posibilidades de nuevas revelaciones que irían desde anclas y cañones hasta cualquier naufragio del siglo XX.

Los frutos están germinando. Helena Barba explica que el INAH tiene una página diaria en redes sociales donde concientiza a toda la población acerca de la importancia del Patrimonio Cultural sumergido, con nuevos proyectos para que las aguas develen los secretos de los intrépidos hombres de los mares de Yemayá, o el quehacer de los antiguos mayas en los ríos o cenotes lugares mágicos de los céfiros guardianes.

Helena Barba y todo su equipo son ahora los valientes que rescatan el recuerdo y lo llevan a la superficie para encontrarnos con aquellos que dejaron el último aliento en las aguas inexorables, sepulcro de barcos en medio de tempestades.