El amanecer de hoy fue acuoso y el cielo se observaba nostálgico con ese gris plomizo que hace reflexionar que el mes que atañe a este día será lluvioso, generoso para las sedientas sementeras que en el campo esperan la llegada del vital líquido para emerger llenas de verdor. También se viene a la mente el rugir de olas y ulular de vientos pero ante todo, el querer saber siempre adelantándose a los tiempos.
Al arte de predecir el tiempo, observando durante el mes de enero es conocido como “las cabañuelas” conjunto de métodos tradicionales que pretenden predecir el tiempo atmosférico. Experiencia y tradición son un binomio fundamental para hacer esta interpretación.
Los campesinos de antaño tenían a las cabañuelas como una de sus más importantes tradiciones, con ello se hacen una idea de los meses de secas y lluvias para la siembra de maíz de temporada. Es una costumbre oral, que se toma con reserva, ya que desde el punto de vista científico, las cabañuelas carecen por completo de sentido a la hora de obtener predicciones sobre el tiempo meteorológico.
Hablar sobre cabañuelas es departir con los ancestros, percibir el atractivo añejo de lo popular. Observar el cielo, ver los rostros que las nubes dibujan y las estrellas iluminan. Los antiguos mexicanos diseñaron un método que, a través de la observación y el registro de lluvias de enero, les permitía determinar cuál sería el clima durante el resto del año.
Esto no solo era privativo de los antiguos mexicanos sino de otros pueblos allende nuestras latitudes. Dificil establecer en la densidad de los siglos el origen de dicha creencia, pero se cree surgió en la “Fiesta de los Tabernáculos” hebrea por medio del calendario bíblico, que tenía su contrapartida en Zamuc o “Fiesta de las Suertes” del calendario babilónico.
En algunas fuentes se cita que para entender las cabañuelas se cuenta de la siguiente forma: del día 1 al 12 de enero de cada año se cuentan los meses en orden ascendente, es decir, empezando por enero, y del día 13 al día 24 de enero de cada año se cuentan los meses en orden descendente.
Sea como sea, las cabañuelas son una reminiscencia de la voz de los ancestros en un ambiente que la tecnología no llega a anular del todo el misticismo que atañe a este saber popular.
Las cabañuelas son sapiencia casi perdida, ahora con el mecanizado y la tecnología que ofrece nuestra época tratar de percibir las señales de los cielos a base de la observación por días es cosa del pasado. Sin embargo, algunos campesinos que acumulan la experiencia de los años dan cuenta de que no es así, que es una tradición que aún no muere, y ellos se esfuerzan por conservarla.
En los campos de Tenabo fuimos a Kankí, un lugar donde se percibe la quietud del campo, de la voz de la naturaleza y el fragor del sol al medio día. Pero ahora de mañana todo es fresco, y las pájaros cantan, dándole el toque bucólico que hace descansar el espíritu ajetreado de quienes vivimos en la ciudad.
Adriano Chí Cahún de 90 años nos recibe en su casa, y comienza su relato de cómo su papá sabía de las cabañuelas y su madre sufrió los embates de la langosta.
“Yo nací aquí en Kankí en la casa principal y mi mamá que era de Nunkiní me dijo que ahí en el cerrito donde era la finca, la hacienda ahí nací, el dueño se llamaba Miguel Pinto de Calkiní. Antes de que muriera ese señor yo lo conocí, tenía casa en Nunkiní y ahí me dijeron “hoy vas a conocer al dueño de Kankí”, era ya un señor grande y yo tenía 12 años un chamaquito”
“Aquí en la milpa sé que cae buena lluvia para 2 o 3 de mayo, y mi papá que sabía más de cabañuelas que yo, me decía que mayo y junio eran buenos meses para sembrar la milpa. Antes había buena semilla, a esa semilla no tan fácil le entra gorgojo, pero ya no la sembramos ahora es lo que da el gobierno”.
“Hoy eso no hay, se acabó todo, y la semilla no es la misma, ahora tenemos mecanizado y todo cambio, en ese tiempo no había enfermedades como ahora, no hacen gallinas ni puerquitos ni nada, solo animalitos gordos que salen de la granja”.
“Mi mamá una vez lloró ante mí cuando la langosta nos atacó, hijo –me dijo- vamos a ver la langosta y agarró un poco de huano y nos fuimos pero cuando vimos nuestra cosecha, hasta los pelos del maíz se habían comido, todo estaba cubierto de langostas, hasta las piedras y a mi mamá se le chorriaron los ojos de lágrimas, pero afortunadamente la langosta sola se acabó”.
Con estas experiencias en la paz de su hogar de fin de semana don Adriano Chí nos habla, pero debemos retomar el camino y retornamos a Tenabo. El camino de uno y otro lado con siembras, los campos invitan a la fotografía y a darse una idea del retornar al hogar, a la madre naturaleza. En media hora por carretera ya estamos en la cabecera municipal, Tenabo, ahí preguntamos de un veterano en la siembra de la mazorca que nos ilustre sobre las cabañuelas y nos dan un nombre: Don Ubaldo.
Don Ubaldo May Herrera quien tiene 89 años y con orgullo dice su fecha de nacimiento 1926
“Desde que salí de la escuela me dediqué a la milpa, he recorrido todo el sureste chambeando porque soy campesino, y la cabañuela en maya se dice “xoquin”que es contar el tiempo hacia adelante y “calahuapach”que es contando hacia atrás. Así hago las cabañuelas. –y saca su calendario para ilustrarnos-
“Siembras para menguante y cosechas fruto a los dos meses, y la semilla criolla qué semilla, esa no le cae el cogollero, que es el insecto que se come el cogollote de la mazorca, esa semilla es la que está sembrándose ahora en Yucatán, porque es buena para dar fruto, antes cuando sembramos antiguamente no había mecanizado y tumbamos el bosque y ¡cómo daba fruto!”
Nos lleva orgulloso a su solar, ahí en su casita de Tenabo, sombras densas por los árboles grandes, de tamarindo, y el pequeño sendero flanqueado por pequeñas plantas del achiote, y luego las enhiestas mazorcas, sí las mazorcas que son la base de nuestra cocina y los humildes pero siempre magnánimas tortillas.
Con la sencillez que da el campo nos invita de sus mazorcas y nos despide. De esta manera nos vemos enriquecidos, sí enriquecidos por el espíritu humano que permea en las costumbres y tradiciones de nuestro pueblo de raíz antiquísima, de lo que vemos y sentimos al recorrer sus pueblos, de sentir la tierra arada y sus frutos, gracias a saber leer el tiempo y perseguir las lluvias.