La identidad de un país tiene que ver con los olores, sabores, sonidos, cultura y su gente.
Referirse a Campeche, es pensar en la sólida y vigorosa identidad de todos los que nacimos y vivimos en algún rincón de la geografía campechana. Hablar de campechanía, significa valorar y reconocer el pasado de esta tierra, aceptar las raíces, valores y costumbres, de lo que somos y tenemos.
Los hombres y mujeres de estas tierras se han caracterizado por su gallardía, nobleza, valor y trabajo, y esto es lo que plasmo la Mtra. Zoila Quijano McGregor en la canción “El Pregonero”, que junto con las grandes murallas y coloniales barrios, se ha convertido en una tradición muy representativa del estado de Campeche.
Un pregón es un parlamento que se hace en voz alta en los sitios públicos de algo que conviene que todos sepan, en Campeche los pregoneros, que fueron muy populares durante el Virreinato y el siglo XIX, transitaban por las empedradas calles de la ciudad, dando a conocer todo lo que vendían; por ejemplo el pan que ya estaba listo para comerse, carbón, o como dice la canción, guayas.
La Canción es un homenaje a la gente que día a día salía junto con el sol a pregonar sus mercancías y recorrer las calles hasta que se agotara la venta. Los personajes que se mencionan en la tradicional canción son, el gordito panadero cuya canasta descansaba sobre su cabeza y provenía de la famosa panadería “La imperial”, muy famosa años atrás en la ciudad de San Francisco de Campeche; la vendedora de guayas que venía a pie desde el Barrio de Santa Lucía, el cual se caracterizaba por sus enormes quintas; el carbonero, el pescador y su exquisito pámpano fresco rememorando la unión que siempre ha existido con el mar y el viejito de corazón noble que regala dulces a quien no puede comprar.
Para finalizar en un pequeño verso se hace énfasis a una “feria de color”, que es la famosa feria de San Román que se lleva a cabo cada mes de septiembre en honor al Cristo Negro y para la celebración del 16 de septiembre.
La canción del “pregonero”, es una manera de revalorar la identidad del patrimonio cultural intangible del Estado, en el que aún permanece el arraigo de pregonar de viva voz mercancías y servicios, por lo que es común ver hombres y mujeres caminando por las colonias y barrios; el vendedor de camotes que acompaña el anuncio de su mercancía con el silbido de su carrito; el de tamales, que ya no usa su propia voz, sino una grabación que puede amplificar el llamado a los clientes, el de pan, cuya canasta descansa ahora en un triciclo; el afilador de cuchillos y tijeras que emite un peculiar sonido o el vendedor de helados que recorre las calles con sus tintineantes campanillas. Aunque son varios los oficios que aún forman parte del paisaje citadino, lo cierto es que muchos ya se fueron para siempre.